El victimismo en las organizaciones
Cuando en una organización las sonrisas de las personas comienzan a desaparecer y el ambiente se tiñe de victimismo y queja, o las bromas divertidas en las horas de descanso, se sustituyen por críticas o rumores envenenados, es síntoma de que dicha organización está entrando en una fase destructora y anuladora de recursos.
Es el principio del origen de las bajas, absentismo, mala gestión del tiempo, conflictos, o incluso acoso laboral.
Es más común de lo que pensamos, entrar en una organización, y entre las aparentes buenas relaciones y las sonrisas de colegueo, escucharse constantes quejas y palpar el victimismo de los trabajadores. La culpa siempre la tiene el otro; el compañero, el jefe, la empresa, el cliente… el que no hace, el que no deja hacer, el que propone pero que lo haga el otro, el que solo pide, pero no da. Parece más una guardería que una empresa, donde niños en cuerpos de adultos buscan la atención y la aprobación de la mamá o el papá jefe, y cuyos jefes cansados pretendiendo hacer de “líderes”, se quedan en meros intermediarios incomprendidos entre dos mundos, carentes muchas veces, de las habilidades que requiere tal posición.
No hay nada más perjudicial para el desarrollo del potencial humano que actuar desde el sentimiento de víctima.
Lamentablemente todos nos sentimos y actuamos como víctimas en determinadas ocasiones, incluida yo. Nadie se libra del impulso automático del ego, a culpar y juzgar a los demás y a victimizarse. Quién no se ha sentido atacado alguna vez por el comentario de alguien, o le ha afectado la forma de hablar más agresiva de algunas personas tomándoselo como algo personal, o sentir que está injustamente tratado frente a percepciones de favoritismo hacia otros.
Sin embargo, que el ego tenga esa tendencia natural y nos afecte en nuestro comportamiento inconsciente, no es excusa para no intentar transcenderlo y aprender a ser emocionalmente autónomos.
Porque el sentimiento de víctima y la continua queja no deja de estar vinculado a las emociones y a cómo las gestionamos. Aquí entramos en este maravilloso tema, que aún hoy, muchas organizaciones rechazan mirar: La gestión emocional.
Y no es de extrañar, porque siempre a lo largo de la historia de la humanidad ha existido la tendencia a valorar positivamente lo que procedía de la razón y castigar o estigmatizar lo que provenía de la emoción. En la antigüedad no se hablaba de emoción, sino de conceptos como pasión o afección frente al pensamiento y la razón. El concepto de emoción comenzó a ser utilizado por filósofos y psicólogos en el siglo XIX a raíz del libro de Darwin: “La expresión de las emociones en los animales y en el hombre”. La iglesia católica no ayudó en la asociación de creencias en torno a estas palabras, cuando en la edad media asoció la pasión y lo emocional al cuerpo y al pecado y a la razón la elevó de categoría, vinculándola al espíritu y la pureza.
La emocionalidad en los hombres estaba asociada a debilidad, y en las mujeres se aceptaba a medias, porque los ataques de ira o rabia eran considerados arrebatos de una “loca”.
Hoy sabemos gracias a las investigaciones en neurociencia, en medicina, psicología y biología, que las emociones son la base de todo: el aprendizaje, la comunicación, las relaciones humanas, la toma de decisiones, la creatividad o falta de ella, la escucha activa, y la propia salud física y mental.
Si estamos mal emocionalmente estaremos mal intelectualmente.
Si estamos mal emocionalmente, bloquearemos nuestra creatividad
Pero ¿por dónde empezamos para cambiar este clima de victimismo y que las personas sean responsables de sus propias emociones?
Aquí es donde entra la autonomía emocional. ¿Qué significa esto? Cuando una persona se responsabiliza y toma una actitud proactiva en la gestión de sus propias emociones y los actos relacionados con ellas.
En la educación recibida desde muy pequeños se ha buscado la autonomía en las acciones. Que los niños coman solos, que se vistan solos, que hagan las cosas solos, Siempre se ha buscado la autonomía en el “hacer”. Pero ¿cómo nos han enseñado a gestionar la rabia? ¿conteniéndola y callando? Y ¿la tristeza? ¿diciéndonos que no lloremos, que no pasa nada? Y la frustración, y el miedo a no ser suficientemente bueno, y el miedo a fracasar, o a que te juzguen, o a la soledad… ¿cómo nos han enseñado a las generaciones, que hoy estamos en edad de trabajar, a gestionar las emociones?, ¿han sabido nuestros progenitores y profesores hacerlo cuando a ellos tampoco les enseñaron y el mundo nada tiene que ver con lo que fue hace 50 años?
Aquí entra la inteligencia emocional. Si bien es cierto, que algunas personas vienen de serie con mayor inteligencia emocional que otras, la neurociencia ha demostrado que tanto el coeficiente intelectual, como cualquiera de las múltiples inteligencias, entre ellas la emocional, se pueden desarrollar durante toda la vida. Por lo tanto ya nos es excusa, decir que: “yo soy así”.
Veamos lo que genera la falta de autonomía emocional:
Mal clima laboral, con victimismo y quejas. Un entorno tóxico que contamina equipos, paraliza la innovación y la productividad. Con un mal clima laboral, olvidémonos de alcanzar la excelencia.
- Estrés, ansiedad o incluso depresión. El estrés es un estado de alerta, es decir de miedo, en el que entra el cuerpo. En este estado el cortisol invade nuestro organismo y la amígdala toma el control anulando en gran medida las funciones del neocortex, el cual regula las funciones cognitivas como la concentración, la memoria, la capacidad de decisión etc.
- Mala gestión del tiempo. Ya que cuando estamos emocionalmente mal no pensamos con claridad ni agilidad. Por la misma razón que ocurre, cuando hay estrés.
- Baja motivación. Presentismo, síndrome de burnout, poca implicación, y ausente proactividad.
- Conflictividad. Todos hemos experimentado cómo, cuando estamos más nerviosos, también estamos más susceptibles.
“Una organización con el personal estresado y sin autogestión emocional es un caldo de cultivo de conflictos.
¿Cómo se consigue la autonomía emocional?
Está claro que no se consigue sin tomar acciones o sin pedir ayuda. No es cuestión de tiempo, porque algunos están a punto de jubilarse en las empresas y siguen con las mismas reacciones. Hay millones de libros de autoayuda a nuestro alcance, cada vez hay más personas que recurren a estos libros, pero cuando la emoción es intensa seguimos cayendo en los mismos errores y comportamientos automáticos, ligados a emociones incómodas. Luego ¿cómo se aprende?
Aquí os dejo unos puntos, que obviamente luego requieren de saber ponerlos en práctica.
- Aprender a dirigir el foco de atención hacia nuestro interior. Una ardua tarea que requiere voluntad y perseverancia. Nuestro foco siempre está puesto en la mirada directa o indirecta hacia los demás. Incluso aunque estemos solos, nuestros comportamientos son inconscientemente guiados por el ego que busca en todo momento la valoración de los demás y ser aceptado. Se trata de entrenar a la mente a mirar hacia las sensaciones físicas y los sentimientos sin juzgar.
- Tomar consciencia de la tríada emoción-cuerpo-mente. Cada pensamiento lleva asociada una emoción. Tenemos más de 50.000 pensamientos al día, de los cuales en torno al 98% son inconscientes. Luego la mayoría de nuestros pensamientos son automatismos de una programación mental que viene desde la infancia y adolescencia. Imagina el embrollo de emociones guiadas por el inconsciente, provocando sensaciones físicas, de las que sólo nos damos cuenta cuando ya pesan y duelen.
- Aprender a tomar perspectiva. Esto significa desarrollar la capacidad de observación sin juicio y con curiosidad de las emociones, de las sensaciones y de los pensamientos. Convertirnos en observadores de nosotros mismos sin juzgarnos. Otorgándonos amabilidad y compasión.
- Humildad en la autoobservación. Falta mucha humildad en el mundo y, por ende, en las empresas. Hay demasiado ego. Es inevitable, como anteriormente he dicho. Pero si además dejamos que campe a sus anchas, tomando decisiones y guiando nuestros comportamientos, la humildad, la empatía, la colaboración, la unidad y la cohesión de los equipos brillará por su ausencia.
“Donde hay ego hay juicio, miedo, hay víctima y verdugo, hay lucha. Donde no hay ego hay AMOR, compasión, conexión, empatía, colaboración y creatividad infinita.
- Liderazgo personal. Es la actitud proactiva de querer responsabilizarnos de nuestra propia vida. Esto significa responsabilizarnos de nuestras emociones y no cargarlas a los demás, de nuestras acciones, comportamientos y las consecuencias de ellos, de nuestras palabras, incluso de nuestros pensamientos.
“Tener auto-liderazgo significa, convertirnos en protagonistas de nuestras vidas y no en víctimas de las circunstancias.
Significa hacer hasta donde podemos hacer, intentar cambiar lo que está en nuestras manos cambiar, y aprender a aceptar lo que, tras intentarlo, hemos aprendido que no podemos cambiarlo.
- Autoconocimiento (Creencias, percepción). A pesar de que cada vez hay más personas conscientes de la importancia de trabajarse a uno mismo y conocerse de verdad, todavía quedan muchísimas más que no le dan el valor que tiene. Esto se refleja en las organizaciones. Solo hay que preguntar a las personas en una empresa, para qué viene a trabajar cada día. Diría que el 90% dicen: para ganar dinero y poder vivir. Quizás las nuevas generaciones ya no tienen la creencia inconsciente de que el “trabajo es solo un medio de ganar dinero” y por eso, entre otras cosas, hay fuga de talento. Las personas de 40 en adelante han sido educadas en el paradigma del “sacrificio”, ya no solo el esfuerzo, sino en la creencia de que, tenemos que resignarnos a convivir con, por ejemplo, un clima tóxico, porque “esto es lo que hay”. Todo eso, son creencias programadas en nuestro inconsciente como un software de ordenador.
Cómo sería transformar esas creencias y pensar que trabajar es el medio para desarrollar mis pasiones, mis talentos y mis valores.
Como dijo Confucio:
“Elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día en tu vida”.