Ser padre en el siglo XXI
A menudo escucho decir que el mundo está cambiando muy deprisa, y es verdad. Las tecnologías han llevado al mundo a la nueva Era Tecnológica, donde todo es digital, multitarea, no existen distancias, la información está disponible en el momento y para todos… Sin embargo, cuando observamos la educación, ya sea de padres a hijos o de profesores a alumnos, hay aspectos que no han cambiado tanto. Seguimos arrastrando hábitos que nos cuesta modificar, empezando por los asociados a creencias que guían nuestro lenguaje y forma de expresarnos. Para cambiar un hábito se requiere de esfuerzo, voluntad y perseverancia, algo a lo que no todos están preparados o dispuestos, ya sea por desconocimiento o pereza. De ahí, que sin ser conscientes, se sigan poniendo etiquetas a los niños: eres nervioso, eres malo, eres torpe, eres vago, eres eres y eres muchas cosas, y principalmente somos una: Vida, seres maravillosos, milagros del Universo materializados en nuestros cuerpos. Pero eso pocas veces lo escuchamos.
El sistema educativo también está cambiando, aunque pienso que muy despacio para las necesidades de hoy. Ya existen centros, como alguno de los Jesuitas en Barcelona, que imitando el modelo finlandés, ha revolucionado las aulas, eliminando asignaturas, exámenes, libros y clases. Me parece fantástico y muy innovador. Algunos pensarán que es arriesgado, pero no deja de ser miedo a lo desconocido.
A veces hay que asumir riesgos para evolucionar.
A pesar de que esto no es lo común en las escuelas, ya que cambiar todo un sistema lleva tiempo y no es fácil, el gran peso de la educación de los niños la tenemos los padres. Y de ahí que tengamos que actuar ya, si queremos que nuestros hijos sean felices hoy y mañana.
La educación del siglo XX
Venimos de un mundo competitivo, en el que se nos han evaluado con exámenes, aprobado o suspenso. Según la nota tenías una etiqueta: empollón, vago, lento, “normal”… Obviamente dependiendo de si provenías de una familia obrera o con estudios, el nivel de exigencia familiar podía cambiar. Aunque no escucháramos directamente esas etiquetas había emociones y sentimientos que captábamos de nuestro entorno, y que nos afectaban. Elegíamos carrera por las salidas profesionales que tuvieran. Nos aseguraban, que tener estudios nos garantizaba seguridad laboral, una vida estable y feliz; un claro ejemplo de creencia que debemos cambiar. Era sólo un paradigma, que ya no existe. A pesar de ello, muchos consejos hacia nuestros hijos siguen basándose en esa vieja idea de la estabilidad.
Por otro lado, la educación desde este modelo, nos ha llevado a un mundo empresarial competitivo y sin corazón. Hemos creado empresas deshumanizadas. Donde las personas protegen sus conocimientos por miedo a perder su puesto, donde se hacen horas sin conocimiento, desfavoreciendo la conciliación, y premiando el presentismo. Muchos adultos no son felices con sus trabajos, parecen zombis resignados a una rutina que se come sus vidas. ¿Queremos esto para nuestros hijos?. ¿Nos extrañamos que haya niños que no quieran estudiar, o hacerse mayores? Quizás estén viendo que sus padres no son felices, que se resignan a una “vida dura” (otra creencia más), que la sociedad no les convence, que no da sentido a lo que ellos esperaban para sus vidas. Pero tampoco saben qué hacer. Quizás sea el momento de empezar a cuestionarnos muchas de nuestras creencias.
Si queremos que nuestros hijos sean felices en un mundo nuevo, debemos orientar la educación hacia la colaboración, la aceptación sincera a la diversidad, el respeto y cuidado de las pasiones y talentos naturales de cada uno y la apertura mental para aceptar nuevas realidades.
¿Qué podemos hacer como padres?
A veces juego con mi hijo de 3 años a intercambiar papeles, él es yo, y yo soy él, es divertido, y muy revelador. El día a día nos hace actuar de manera automática, sin percatarnos del lenguaje que utilizamos, el tono y las acciones. Ver con perspectiva y tomar consciencia de lo que captan nuestros hijos de nosotros desde muy pequeños, es la clave para poder comenzar la transformación.
Algunas claves:
- No juzgar: ni a nuestros hijos ni a nosotros mismos. Si tu hijo es rebelde, quizás estés de enhorabuena, porque aunque no te lo cuente, puede ser que tenga las ideas muy claras de lo que no quiere.
- Respetarles como respetaríamos a otro adulto. Son pequeños, pero merecen el mismo respeto que un adulto. También hay que pedirles perdón y permiso a ellos.
- Aceptar su Esencia. Queremos controlar lo incontrolable. Una cosa es educar y otra controlar. Se trata más de observar y permitir ser, que de dirigir.
- No subestimar sus talentos. A veces hay talentos que no encajan en nuestros esquemas y se ignoran, o quizás no son obvios, pero están ahí esperando ser descubiertos.
- Pedir ayuda. Un acompañamiento de coaching puede descubrir una puerta donde ahora se ven muros.
Todos nacimos creativos, completos y llenos de recursos, pero dejamos de creerlo por el camino. Permitir Ser, sin controlar, es clave para la felicidad.